jueves, 1 de noviembre de 2007

El estertor de la agonía

Aquella tarde de abril estuviste lejana. Nos había reunido imprevistamente una reunión social, tan distante y ajena a mí como las sonrisas mundanas. Entre un coro informe de voces y rostros asomaste tu sombra, bella silueta que en los principios del tiempo perturbó mi razón.

Eras la misma de siempre, pequeña estrella polar envuelta en gestos distraídos e indecisos, pero acompañada por la ilusión resucitada en otra figura (que no era la mía).

Aquel ocaso intenté recuperarte en alma, en recuerdos. Eras tú pero la razón dislocada me lo negaba. Porque en realidad no eras la misma. Entre infinitos besos de tu acompañante y esa mirada sin mundo que padecías, se contrariaban mis certezas. Eras un sueño vago, confuso, que transcurría segundos eternos por mi mente. Me dije por eso: “No. No es ella”. Y la cobardía se cobraba nuevamente a esta víctima sempiterna.

Caído el sol -lejos del bullicio, las promesas y los planes acordados- te perdí la vista. Tal vez por ello respiré azorado y una tardía valentía renació en mis entrañas. “Era ella. No puede ser alguien más que ella”, concluía satisfecho.

Pero ya no estabas (como siempre). Entonces reinicié esa inútil tarea de la búsqueda; hurgando en páramos inaccesibles, en junglas copiosas, en cielos y ciudades que solo están permitidos en los sueños. Pesquisa que inconscientemente temía llegar a buen puerto.

Y ese temor se instaló, por ello, en mi voz. Y mis trémulas palabras reconstruían tu recuerdo en cada visitante de esta angustia, pero ninguno respondía al credo de esta aventura. Como un sueño metido en otro sueño, tu fantasma se evaporaba a cada paso.

Caída la noche, deambulé por tus calles, ésas que alguna vez nos regalaron el primer y el último beso. Avancé a rastras bajo esa negritud y te busqué vanamente en cada estrella distante, como un apostante desahuciado a la espera de la recompensa póstuma. Y me arrepentí –otra vez- de no haberte confrontado. Pasadas las horas, la madrugada agonizante apuró mi retirada.

La semana siguiente, sin embargo, reapareciste entre la multitud. Me disponía a celebrar una anécdota banal -inmerso en una fiesta de amigos- cuando tus pasos envolvieron mis sentidos. Empero, liberado de miedos, esta vez acerqué mi inquietud a tu presencia. Y observé que eras la misma del ayer: rostro de belleza hechicera envuelto en cuerpo cadencioso; carcelera de las razones e imán de los sentimientos.

Te ausculté a lo lejos, como gacela inquieta ante el cazador, mientras un corrillo crecía a tu alrededor. Así, aprovechando las barreras, avancé unos metros hacia ti. Busqué, impaciente, tu mirada e intenté creer que ello me salvaría de este holocausto latente pero seguías perdida en tus pensamientos.

Mas, en un instante de razón, el barullo formado en torno a ti me dio la sentencia final, la estocada mortal a la esperanza. “Está embarazada”, susurraban unos y otros mientras una leve prominencia resaltaba en tu vientre. Y fue en esos momentos que levantaste la mirada, recuperaste la conciencia y me dijiste mirándome a los ojos: “No me gusta que me miren”.

Aquellas palabras –hechas balas para mi corazón herido- apuraron mi huida y fue así que abandoné la casa de inmediato, aplastado por la vergüenza y la desilusión. En tanto, a lo lejos, sonoras risas acompañaron mi partida mientras un despertador me arrancaba de la pesadilla. Sin embargo, una seca lágrima en la mejilla me recordó que la realidad era solo parte del mismo sueño fenecido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...es un texto muy literario alumno, debe ser más periodístico. En todo caso:La prosa poética pide un canal más estrecho y sincero fluir. Por último, lo que usted hace no paga moneda ni otros, acaso no lee periódicos, revistas, o no ha visto los programas de televisón. Es causa perdida varón, o tal vez usted es parecido a uno que conozco que tiene un motor que funciona con combustible raro.