martes, 16 de octubre de 2007

Desvarío II

Solíamos caminar cuesta arriba en lo avanzado de la noche. Ella y su ceñido vestido azul y yo, embriagado de licor y esperanzas. (Solo llevábamos dos días de conocidos).

La primera noche avanzamos por calles enteras y empobrecidas de luz. Lo nuestro era entonces un diálogo sin voces; unos pasos dispares y lentos -por momentos cansinos- conformaban este coloquio callado y delataban nuestra ansiedad primaria. Desde ese instante nuestras mentes empezaron la lucha contra esa enfermedad del amor y perdían nuevamente la batalla.

Al siguiente día la luna llena en el firmamento nos llenó de valor y de pretextos para acometer la cruzada de la conversación. Ambos teníamos tanto de qué hablar y una sola propuesta urgente flotaba por nuestras mentes: la soledad bien podría acompañarse de la nostalgia. Pues yo llevaba miles de recuerdos tristes en el maletín de la memoria y ella cargaba historias llenas de dulzura, de una sombría y solitaria realidad.

Fue así que mientras el mundo dormía su rutina, nosotros despertábamos un sueño adormilado por pasadas frustraciones en aquel frío caminar. Un coro de ladridos interrumpía por momentos nuestra procesión silente mas el ulular del viento nos devolvía la calidez de aquel pacto silencioso.

Nuestro diálogo se envolvía entonces de gestos. A veces una improvisada y mutua mirada nos perturbaba la calma y otras, unos pasos agitados nos confesaban aquel secreto guardado del amor que resistimos aceptar por miedo o cobardía.

Para la tercera noche, una extraña sensación recorría nuestros cuerpos. Las calles y sus casas perdían interés a nuestros pasos y un vaivén de luz y sombra –producida por intermitentes árboles- encendía la disyuntiva. Dilema confuso y hecho de palabras dulces, de sílabas silbantes y de frases cargadas de mensajes cifrados.

En este punto la niebla empezó a estrechar nuestro sendero y nos acercó peligrosamente. Por eso aquella primera vez que nuestras manos jugaron coquetas, nuestros corazones latían descontrolados. Y todo ello se volvió un vicio incorregible por el resto de la noche.

Y mientras el reloj pugnaba por separarnos, ambos retábamos al tiempo y a la cordura. Tres horas más tarde y sumidos en ese pasatiempo lúdico del enamoramiento, el temor se hizo presa fácil de la confianza. Y nuestras frases se volvieron susurros tiernos de aficiones y sueños compartidos.

Y fue así que en medio de una calle oscura, en medio de un deseo aplazado, nos robamos el primer beso de la historia. Beso que nos supo a comunión perfecta, a certeza despejada, a pequeño triunfo arrebatado a la felicidad.

Ese beso nos marcó el destino. Tu amor se volvió mío y mis mañanas pasaron a ser tuyas. Y aunque sabíamos en el fondo que nada duraría para siempre, mientras, disfrutaríamos cada instante eterno de esta ficción de amor y esperanza, creyendo que las historias sí pueden empezar de cero.
27-10-06

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