miércoles, 17 de octubre de 2007

El Desafinado de Chacoya

El frío de la noche en Huancavelica entumecía las manos de Paúl Conislla. El pueblo de Chacoya lucía su soledad serrana repleta de turistas ocasionales. La fiesta del lugar estaba dedicada al Señor de la Santísima Trinidad, santo patrón del poblado, y como cada año -por tres noches seguidas- las botellas de licor pasarían de mano en mano y artistas traídos de remotos lugares deleitarían al público asistente.

En estas condiciones llegaba un cantautor de Lima, presuroso y preocupado. Paúl se había preparado durante largos días en su vivienda de Los Olivos, rasgando su guitarra sin cuerdas, imaginando su debut triunfal.

Durante el viaje hacia Chacoya, en las ocho horas de travesía, iba cantando, feliz y ansioso. Los huaynos exhibían su belleza en cada interpretación suya. La tristeza de sus melodías se complementaba certeramente con aquel paisaje andino mientras que cada cerro surcado ofrecía a los ojos del visitante un nuevo mundo.

Las piedras del camino golpeaban con insistencia el metálico transporte pero nuestro cantante chacoyino -pues había nacido en ese pueblo- mantenía su canto entristecido y sentimental como burlándose de las dificultades del camino.

Cuando por fin pequeños faroles anunciaron la llegada al poblado, el artista en ciernes interrumpió su canto. Los tres mil metros de altura y el frío inclemente incitaban al retorno hacia Lima; las calles oscuras, accidentadas y solitarias decían lo mismo. Paúl descargaba tranquilo sus maletas, sumido en sus pensamientos. Sus acompañantes reían temblorosamente, todos bajo gruesas vestimentas, tiritando ante la noche serrana.

Nuestro artista decidió entonces encerrarse en un cuarto, solo, para recuperarse del viaje. Los guitarristas, dos jóvenes sanmarquinos invitados al lugar, empezaron entonces a afinar sus instrumentos en el cuarto de al lado, junto a la hermana del cantante. Porque María, así se llamaba la hermana, también profesaba el canto; ambos soñaban con ser artistas, con lograr la fama en un medio tan difícil; mundo mezquino e ingrato que no permite dos soles en un mismo cielo.

En tanto, Paúl meditaba en su soledad. En ciertos momentos se podía oír sus ruegos hacia el Creador; en otras, su voz quebrada -por los nervios o tal vez por el frío- dejaba sus notas flotando en el ambiente. Pasaron veinte minutos más y decidió abandonar su claustro. Salió al instante con un rostro adusto, la alegría inicial dio paso entonces a la seriedad, las bromas de la carretera eran ahora cosa del pasado.

En suma era otra persona. Pidió un vaso de alcohol etílico para contrarrestar la gelidez del pueblo y lo bebió con solemnidad a los pocos segundos. Después se acercó a los músicos y pidió ensayar por última vez los temas que marcarían su debut como cantante profesional.

Una tras otro, los huaynos ayacuchanos estremecían sus cuerdas vocales. En cada nuevo intento se esforzaba por mejorar su performance. Corregía con rectitud cada error de los músicos, buscaba la perfección en su canto. Así pasó media hora de ensayo cuando de la plaza principal del pueblo llegó una voz repentina: “Dentro de poco, directamente desde Lima, estará aquí en esta fiesta chacoyina... Paúl Conislla, un artista que ha recorrido su arte por todos los rincones del Perú”

Esa era la señal para que nuestro cantante se acerque de una vez al escenario. Era la hora de las definiciones. Los relojes marcaban poco menos de las diez de la noche cuando, enfundado en su chompa guinda empolvada por el camino, Paúl Conislla salió de la improvisada sala de ensayo rumbo al ambiente destinado a su presentación.

Lucía tranquilo mientras avanzaba por las pedregosas callejuelas del pueblo. Las manos en el bolsillo y la mirada al suelo denotaban sin embargo una leve preocupación. De esta manera ingresó a la plaza y un rumor generalizado recorrió todo el lugar a su paso: “Es el artista llegado de Lima”, comentaba un señor ya estupidizado por el alcohol; “Debe ser muy bueno para que lo anuncien así”, decía otro habitante no menos afiebrado por el ambiente festivo de la noche.

“Aquí está Paúl Conislla, directo desde Lima, con sus músicos. Démosle un caluroso aplauso”, decía nuevamente el anunciador del certamen. “Se ruega al público mantenerse alejado del estrado ya que nuestro artista invitado necesita espacio para deleitarnos con su canto”, agregó la voz en un intento por alejar a los curiosos que querían oír de cerca al cantante recién llegado.

Los parlantes detenían sus vibraciones sonoras en espera del debut musical de Conislla. La ansiedad en el ambiente aumentaba y los rumores se aquietaban de a pocos cuando por fin Paúl cogió el micrófono y empezó su faena.

“Buenas noches damas y caballeros, aquí estoy porque no puedo estar en estos momentos allá. Y como ya estoy aquí, he venido a cantarles algunos temas que me gustan mucho a mí porque me recuerdan Chacoya. Y para que ustedes también gusten de mi música y en honor al Cristo de la Santísima Trinidad, les cantaré algunos temas escogidos especialmente para esta fecha”, anunció a modo de presentación.

“El primer tema se titula ‘Desolación’, un huayno del pueblo de Ayacucho que tiene mucho de autobiográfico. Es una bonita canción ya que me gusta. Por eso pido que me acompañen con esas palmas. Y con ustedes ‘Desolación’, la canción que me gusta mucho y que quiero ustedes también algún día la aprendan y así ya no cantaría solo sino ustedes también se ofrecerían de artistas aquí”, dijo finalmente antes de empezar su canto.

Habló a continuación con sus guitarristas y empezó su interpretación. Lo que a continuación pasó es difícil de interpretar: o el equipo tenía fallas técnicas o el artista se olvidó de cantar. Lo cierto es que una voz gutural salía por los parlantes, sonido muy parecido a los quejidos estomacales de un ser trasnochado.
Algunos se miraban extrañados, otros reiniciaban su conversación. Subidos en el estrado, unos niños empujaban indiferentes a los guitarristas e incluso un borracho impaciente subió al escenario preguntando por el inicio del espectáculo: parecía que todo estaba al revés.

Mientras, Paúl seguía entonando su tema. Sudaba en plena noche fría. Empujaba disimuladamente a un niño que intentaba quitarle el micrófono, hasta que por fin terminó el tema en medio de tibios aplausos del respetable.

“Disculpen las fallas técnicas”, dijo inmediatamente. “Otro, otro, otro”, dijo una voz anónima venida desde una de las esquinas de la plaza. “Bravo, bravo”, se animó a decir María, la hermana del cantante, algo ruborizada.

Pero la mala fe del anunciador terminó con la confusión general. “Muchas gracias Paúl Conislla, aplausos para nuestro invitado. Y ahora con ustedes llega otro habitante de estas hermosas tierras...”, anunció sorpresivamente ante la incredulidad de todos.

Mas, nadie reclamó ante la abrupta “despedida” de Conislla. Ni la noche estrellada, ni el frío; solo el aullido lejano de un perro, triste y tenebroso, parecía lamentar la partida de nuestro cantante.

No había nada que hacer, la noche triunfal de Paúl Conislla había terminado apenas iniciado. Al rato, mientras éste despejaba sus dudas y penas con una botella de ron puro, un sujeto se le acercó y le anunció la noticia que acabaría por derrumbarlo: “Paúl, acabas de ser bautizado en el pueblo como el Desafinado de Chacoya”.

Ese sería el colofón de su corta carrera artística. A partir de ese día se dedicó a la agricultura junto a su madre. El Desafinado de Chacoya pasó así a convertirse en El Agricultor -desafinado- de Chacoya.

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