martes, 16 de octubre de 2007

Una inquilina indeseada

María Márquez regresaba de la universidad aquel día sin presagiar la tormenta que se avecinaba sobre su vida. Llegaba cansada y despreocupada; y subía las escaleras maquinalmente sin saber que una de sus mayores fobias: el terror que sentía hacia los gatos, sería el desencadenante de una aventura que poco después recordaría aún con cierto miedo.

La casa casi siempre lucía desierta, tranquila y apacible. Pero aquel día había sido profanada por el animal de sus pesadillas: un enorme gato blanco -que veía recorrer su jardín por las mañanas- había ocupado su habitación.

Su blanca piel –al contrario de lo que pudiera pensarse- lo envolvía en un halo de misterio. Solo ella lo sabía; su carácter demoníaco lo comprobó aquella vez que intentó vanamente ahuyentarlo de su jardín a punta de pedradas.

María llegó al cuarto y abrió la puerta, entraba en la habitación distraída pero a los pocos segundos un mal presentimiento recorrió su mente. El ambiente frío la sobrecogió cuando, aun de espaldas, sintió una mirada que se clavaba en ella, y al voltear comprobó con espanto que dos ojos amarillos, cual infierno en llamas, recorrían su cuerpo al milímetro.

El animal estaba echado en su cama, dueño del espacio y de la situación, y como los últimos recuerdos que nos llegan durante la agonía, un tumulto de imágenes vinieron a la mente de María: su primer cumpleaños, su primer día de clases, el primer amor que tuvo y otros tantos momentos tristes y felices; todo en aquella fracción de segundo.

Pero en aquel mismo instante, el instinto de supervivencia le devolvió a la razón. Sin pérdida de tiempo salió del cuarto cerrando tras de sí la puerta y se atrincheró en el cuarto de su madre. Ahora la separaba de aquel enorme felino dos puertas y un largo pasillo.

Luego se sentó en la cama de la autora de sus días y trató de ordenar sus ideas; pero pasaron los minutos, angustiosos y malignamente lentos, y no hallaba la respuesta.

Pensó en Dan –el pastor alemán de su vecino- pero encontrarlo en la inmensidad de la calle le pareció imposible. Pensó entonces en encerrase en aquella habitación hasta que el gato decidiera irse pero la sola idea de tenerlo de huésped la espantaba. Finalmente halló la solución: debería expulsarla de su hogar y para ello salió al corredor y cerró todas las puertas, dejando abierta solo la entrada principal de la vivienda. Construyendo así un camino directo entre la habitación invadida y la calle para en seguida intentar espantarla de su morada.

El siguiente paso fue abrir la puerta profanada por el felino. Respiró hondo y armada de valor, avanzó descalza y lentamente por el corredor. Pasaron veinte segundos en este trayecto –interminables y aterradores- y una vez alcanzada la puerta se detuvo. Pasaron otros veinte segundos y después de mucho pensarlo cogió la chapa de la puerta y la giró espaciosamente.

El leve chirriar de la puerta le advirtió que hacía mucho ruido y ante esto desaceleró su trabajo. Ya para entonces la frente la sentía afiebrada y la sangre correr –por cada vena y arteria de su cuerpo- a mil por hora. Cuando por fin abrió la puerta, solo le quedó una cosa por hacer: empujarla hasta que quedara totalmente abierta y correr como alma que lleva el diablo hasta su trinchera – el cuarto de su madre- y rezar para que todo aconteciera como lo había planeado.

Empujó la puerta rápidamente, sin siquiera mirar al interior de la habitación y huyó hacia su escondite. Traspasado sus linderos, la cerró bruscamente y se arrodilló; la casa quedó entonces sumida en el silencio y María –aguzando los oídos- intentó oír los pasos del ladino recorriendo el pasillo y alejándose del lugar. Perturbada aun, sintió pequeños pasos por el corredor, pero -desconfiada de sus sentidos- permaneció oculta por más tiempo.

Ya pasada una media hora decidió salir para ver lo acontecido. Sentía el olor del gato impregnado en el pasillo y mientras avanzaba el olor se intensificaba. Por un momento creyó que el animal aun no se había marchado y hasta se arrepintió de haber dejado su guarida pero ya estaba en camino y siguió adelante. Una vez en la puerta, suspiró hondo y observó el interior del cuarto: la cama lucía desierta, la ventana semiabierta y los rincones vacíos. No había señales del animal en el mismo.

Ya convencida del alejamiento del enemigo, María bajó corriendo por las escaleras y cerró la entrada principal de la casa. El plan había resultado y ahora se sentía segura y aliviada. A pesar de esto, permaneció en la sala toda la tarde esperando el regreso de su madre.

Por la noche –y ya acompañada de su progenitora- decidió subir al dormitorio. Cuando ambas entraron en la habitación, el aroma del felino permanecía en el aposento. Abrieron las ventanas y encendieron el ventilador pero el olor permanecía allí, rebelde e inamovible. Recogieron los enseres desordenados por el animal y se asomaron bajo la cama cuando confusos ruidos en su interior las hizo retroceder. María cogió entonces una linterna y apuntó al fondo de ese abismo: tres cachorros de gato recién nacidos maullaban insistentes desde su improvisada cuna.

Aquella noche María durmió en la sala. Habían desalojado a los mininos de su cuarto, fumigado la habitación y removido todos los objetos del mismo pero ella no quiso volver a ocuparlo. Horas después, se soñó perseguida por una enorme gata blanca y despertó sobresaltada. Entonces se preguntó inútilmente sobre el por qué de este temor irracional hacia los gatos cuando en el fondo sabía que en otra situación similar, el miedo sería la inmediata respuesta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hepcat Scat dixit:
El desenlace del relato fue una sorpresa ,en parte si obvio leer el título y por el error de no saber a qué género pertenece el felino (masculino al principio y
femenino después)
La airulofobia de la protagonista es exagerada, las mujeres y los gatos con mucha frecuencia congenian.
Acaso la protagonista no observó que estaba prenhada? ,las gatas se fajan acaso?
No será "Casa tomada" de Cortázar ,pero puedes llamarle :Casa "engatusada"
Particularmente los gatos me causan mucha simpatía.Y aunque no lo crean, el único bicho que me altera y es porque no soporto que en mi habitación haya algo o alguien + sucio que yo , es la cucaracha. Pucha ,que cuando sorprendo a una , organizo la partida de caza más aparatosa y spielbergiana que wachafo ayllu pueda imaginar.
Hasta el próximo gazapo

Anónimo dijo...

Hepcat Scat aklara y se corrige:
Es ailurofobia , creo que un duende de la redacción de El Comercio tuvo la culpa.
Hasta el próximo gazapo...